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lunes, 10 de abril de 2017

El retrato de la condesa de Vilches - La obra cumbre de Federico de Madrazo



Era algo especial que yo tenía pendiente, dentro de mis indagaciones artísticas, hasta que llegase el momento oportuno, de tratarlo con sumo detalle. Hacía muchísimo tiempo, que me rondaba la idea de realizar: un artículo, acerca de este cuadro significativo. Ya en mi juventud, este lienzo me había impresionado, la primera vez que lo contemplé. Y ahora, en mis años de madurez, todavía lo sigo admirando, con la misma intensidad y veneración incondicional, que merece esta obra magistral.

Este cuadro que pintó Federico de Madrazo, en 1853, representa a la I Condesa de Vilches: Amalia de Llano y Dotres (1821-1874). La técnica empleada: óleo sobre lienzo. Medidas: 126 cm x 89 cm. Propiedad del Museo del Prado (Madrid). Era una obra muy estimada, por el pintor español. Es la mejor pintura de la retratística romántica española, así como el más encantador, de los retratos femeninos del artista. Madrazo cobró 4.000 reales, en lugar de los 8.000, que acostumbraba, por las pinturas de medio cuerpo con manos. Lo cual no debe sorprendernos, ya que Federico, formaba parte del círculo de amistades de la condesa, que la “reverenciaban” recatadamente.

Amalia era una mujer culta, virtuosa, católica y monárquica. Ella tenía 32 años de edad, cuando fue retratada por Madrazo, aunque no aparenta esos años. Se ignora si poseía algún elixir de juventud. La condesa aparece sentada, en una suntuosa butaca; tapizada en terciopelo floreado. Ella lleva puesto un vestido de raso azul, con volantes; de amplio escote, que deja descubiertos los hombros. Es un traje de estilo “neorococó”. Destaca el brillo de la calidad de la tela, los pliegues y los pequeños encajes. Su color llamativo nos agrada de inmediato.

La mujer apoya el codo derecho, encima del brazo del mueble. Los dedos de la mano derecha, rozan con suavidad, la zona baja de la cara. Se aprecia el rubor de sus mejillas. Y en la mano izquierda sostiene un abanico de plumas, entre sus dedos, con delicadeza. Hay una sortija, en el dedo anular izquierdo. Ella se gira con gracia, y nos contempla de frente, a pesar de la dirección del asiento; en diagonal. Es posible que al moverse, su chal haya descendido por la espalda, y lo vemos cerca del brazo diestro. La condesa mira al pintor, y también a nosotros. Parece escuchar con interés una conversación. Es una pose atrevida y razonada.

Su cabello largo está recogido, gracias a un peinado elegante: casquetes a los lados, ocultando las orejas; raya en medio; y una trenza por encima, a modo de diadema. En cuanto a las joyas, prefirió las más sencillas: una argolla en la muñeca derecha; una pulsera en la izquierda y el anillo antes citado. La luz blanca ilumina el rostro, el escote y los brazos. Detrás queda la penumbra de una habitación; un fondo neutro, que retrocede ante la protagonista del cuadro. El pintor firmó este lienzo así: “F. DE MADRAZO. 1853.” En el borde inferior del asiento. Esta obra pictórica es el retrato número 203, del listado personal del artista. Entre 1842 y 1868 pintó 400 retratos. Entre ellos, hay que recordar, los 28 cuadros dedicados: a la reina Isabel II de España, entre 1844-1868. Posteriormente realizó 234 obras, del mismo género pictórico.

La condesa muestra una sonrisa natural, una mirada profunda y sincera, que se vislumbra en el brillo de sus pupilas. El artista la inmortalizó de tal modo, insuperable, como si Amalia hubiera sido una musa del Arte, y así la proyectara a la posteridad, igual que una entidad sobrenatural y eterna. Ese bello rostro cordial, que refleja la espontaneidad de una mujer excepcional. Hay que observarla con meditación, poniendo nuestra confianza en ella; simplemente, por el poder de sus ojos, ¿o existe algún extraño influjo, que no es visible a simple vista, y que atraviesa los siglos, para conmovernos ahora y en el mañana, constantemente? ¿Qué es en realidad esto? ¿Arte o magia? ¿El alarde de la técnica, o es un “milagro”, que escapa al conocimiento de los especialistas?

El 12 de octubre de 1839, en la iglesia de Santa Cruz de Madrid, tuvo lugar el enlace nupcial, entre la joven Amalia, que contaba 18 años, con el distinguido Gonzalo José de Vilches y Parga (1810-1879), de 29 años de edad, en aquel entonces; según el certificado de matrimonio, que redactó el sacerdote oficiante de la boda: D. Pedro Sáinz de Baranda. La reina Isabel II elevaría a Gonzalo, a la categoría de “Conde de Vilches”, el 8 de diciembre de 1848. Este personaje diplomático, ejerció de diputado del Partido Moderado y de la Unión Liberal, en las Cortes españolas, entre 1840-1866. Y como senador: entre 1876-1879. Fruto del matrimonio Vilches nacieron dos hijos: Gonzalo y María del Pilar. En cuanto a la condesa, llegó a ser escritora; siendo la autora de dos novelas: Ledia (1868) y Berta (1874). Es una lástima, que sus obras no aparezcan en ediciones modernas.


Autorretrato de Federico de Madrazo. 1840. 
Museo Goya, Castres (Francia).

Federico de Madrazo y Küntz (1815-1894). Él era sin duda, todo un genio artístico; el cual superó a sus maestros, en el Arte de la Pintura; desarrollando su propio estilo, después de absorber todas las influencias posibles, en la Europa de la época, que le tocó vivir, para llegar más lejos que sus predecesores; logrando así el éxito. Un pintor magnífico que cosechó: una buena cartera de clientes; aristócratas, políticos, personajes de la cultura, parientes y amigos.

Convencionalmente, se ha enfatizado la supesta influencia ingresiana, en Federico de Madrazo. Desde mi punto de vista, no la percibo así. Respeto las opiniones de otros expertos, pero no las comparto. Las mujeres que pintó Dominique Ingres (1780-1867), parecen dotadas de una cierta frialdad, como estatuas de mármol. En cambio, las féminas retratadas por Madrazo, están llenas de vida; independientemente, de que su expresión facial, pueda “cautivarnos” o no; lo cual será producto de nuestra subjetividad.

Sabemos que Ingres era amigo del padre de Federico, y que nuestro pintor español, estuvo en París, en dos ocasiones: una primera estancia entre 1832-1833, y una segunda, entre 1837-1839. También residió en Roma dos años. Asimismo, visitó otras ciudades. Y cuando se alojó en la capital francesa, Federico no permaneció recluido continuamente, en el taller de Ingres, sino que conoció a otros artistas y descubrió la ciudad parisina.

Ingres presenta en los retratos: al individuo dentro de su clase social; a la cual pertenece; con moderación. Con frecuencia, las miradas de sus personajes se pierden, sutilmente. Las poses suelen ser discutibles. No favorecen mucho, a sus modelos femeninas. Al contrario, las “reprime” en un cliché. Seguidamente, analizaré brevemente, dos cuadros de Ingres, que se han comparado, tópicamente, con el lienzo de la condesa española. Desconociéndose, si Federico llegó a ver estas pinturas, del artista francés. No obstante, que mis lectoras y lectores examinen estas obras:


1- La baronesa de Rothschild (1848). Colección particular. La mujer está casi hundida en el sofá. Tiene una amplia sonrisa, pero tensa. Sus pupilas son esquivas; observan algo inconcreto, hacia un punto lateral; no se concentran en el espectador. El pintor se interesa más por el vestido.


2- La princesa de Broglie (1853). Museo de Arte Metropolitano de Nueva York. Ella se muestra retraída e inclinada, levemente, detrás de un sillón. El artista francés vuelve a prestar, más atención al ostentoso traje, que a otros detalles, sin destacar el semblante. La boca es una solución de cajón; usada en otras pinturas.

A Federico de madrazo no le inquieta la clase social, prefiere: la felicidad de su clientela. Siendo capaz de capturar en sus lienzos: el carácter de las mujeres y de los hombres, que pasaron por delante de su caballete. En mi opinión, poco podía aprender de Ingres. El respeto por la línea del dibujo, era algo común en todos los académicos, lo mismo que la palidez cromática. La técnica académica la aprendió de su padre, principalmente; el pintor neoclásico José de Madrazo y Agudo (1781-1859). Sin embargo, Federico hace un uso especial, en el color; mucho más intenso, que lo engloba en la emoción romántica.


Referencias bibliográficas:

GARCÍA JÁÑEZ, Francisca: “De lo pictórico a lo literario en el romanticismo español: puntos de conexión”, en VVAA: Actas XIV Congreso AIH (T. III), Nueva York, 2001, Centro Virtual Cervantes.

GÓNZALEZ LÓPEZ, Carlos: Federico de Madrazo y Küntz, Subirana, Barcelona, 1981.

HUELVES MUÑOZ, María José: “Los condes de Vilches (siglos XIX y XX)”, en VVAA: La Casa del Rey – Cuatro siglos de historia, Ayuntamiento de Arganda del Rey, Madrid, 1997.

NAVAS RUIZ, Ricardo: El Romanticismo español, Cátedra, Madrid, 1990.

OCIO ZAPATA, María Paz: Museo del Prado – Los grandes maestros, Edimat, Madrid, 2004.

POMARÈDE, Vincent / NAVARRO, Carlos Guillermo (ed.): Ingres (Catálogo), Museo Nacional del Prado, Madrid, 2015.

PUENTE, Joaquín de la: Museo del Prado – Casón del Buen Retiro – Catálogo de las pinturas del siglo XIX, Ministerio de Cultura, Madrid, 1985.

REYERO, Carlos / FREIXA, Mireia: Pintura y escultura en España, 1800-1900, Manuales Arte Cátedra, Madrid, 1995.

VVAA: El retrato en el Museo del Prado, Anaya, Madrid, Madrid, 1994.

Biblioteca visitada, en la cual se conservan algunos de estos libros:

-Biblioteca de la Universidad de La Laguna - Campus de Guajara.

Agradezco al personal, de este centro de documentación, por el buen trato recibido y por su profesionalidad.

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