Era algo especial que yo tenía pendiente, dentro de mis
indagaciones artísticas, hasta que llegase el momento oportuno, de tratarlo con
sumo detalle. Hacía muchísimo tiempo, que me rondaba la idea de realizar: un
artículo, acerca de este cuadro significativo. Ya en mi juventud, este lienzo
me había impresionado, la primera vez que lo contemplé. Y ahora, en mis años de
madurez, todavía lo sigo admirando, con la misma intensidad y veneración
incondicional, que merece esta obra magistral.
Este cuadro que pintó Federico de Madrazo, en 1853,
representa a la I Condesa de Vilches: Amalia de Llano y Dotres (1821-1874). La
técnica empleada: óleo sobre lienzo. Medidas: 126 cm x 89 cm. Propiedad del
Museo del Prado (Madrid). Era una obra muy estimada, por el pintor español. Es
la mejor pintura de la retratística romántica española, así como el más
encantador, de los retratos femeninos del artista. Madrazo cobró 4.000 reales,
en lugar de los 8.000, que acostumbraba, por las pinturas de medio cuerpo con
manos. Lo cual no debe sorprendernos, ya que Federico, formaba parte del
círculo de amistades de la condesa, que la “reverenciaban” recatadamente.
Amalia era una mujer culta, virtuosa, católica y
monárquica. Ella tenía 32 años de edad, cuando fue retratada por Madrazo, aunque
no aparenta esos años. Se ignora si poseía algún elixir de juventud. La condesa
aparece sentada, en una suntuosa butaca; tapizada en terciopelo floreado. Ella
lleva puesto un vestido de raso azul, con volantes; de amplio escote, que deja
descubiertos los hombros. Es un traje de estilo “neorococó”. Destaca el brillo
de la calidad de la tela, los pliegues y los pequeños encajes. Su color
llamativo nos agrada de inmediato.
La mujer apoya el codo derecho, encima del brazo del
mueble. Los dedos de la mano derecha, rozan con suavidad, la zona baja de la
cara. Se aprecia el rubor de sus mejillas. Y en la mano izquierda sostiene un
abanico de plumas, entre sus dedos, con delicadeza. Hay una sortija, en el dedo
anular izquierdo. Ella se gira con gracia, y nos contempla de frente, a pesar
de la dirección del asiento; en diagonal. Es posible que al moverse, su chal
haya descendido por la espalda, y lo vemos cerca del brazo diestro. La condesa
mira al pintor, y también a nosotros. Parece escuchar con interés una conversación.
Es una pose atrevida y razonada.
Su cabello largo está recogido, gracias a un peinado
elegante: casquetes a los lados, ocultando las orejas; raya en medio; y una
trenza por encima, a modo de diadema. En cuanto a las joyas, prefirió las más
sencillas: una argolla en la muñeca derecha; una pulsera en la izquierda y el
anillo antes citado. La luz blanca ilumina el rostro, el escote y los brazos.
Detrás queda la penumbra de una habitación; un fondo neutro, que retrocede ante
la protagonista del cuadro. El pintor firmó este lienzo así: “F. DE MADRAZO. 1853.” En el borde inferior del asiento. Esta obra
pictórica es el retrato número 203, del listado personal del artista. Entre 1842 y 1868 pintó
400 retratos. Entre ellos, hay que recordar, los 28 cuadros dedicados: a la
reina Isabel II de España, entre 1844-1868. Posteriormente realizó 234 obras,
del mismo género pictórico.
La condesa muestra una sonrisa natural, una mirada profunda
y sincera, que se vislumbra en el brillo de sus pupilas. El artista la
inmortalizó de tal modo, insuperable, como si Amalia hubiera sido una musa del
Arte, y así la proyectara a la posteridad, igual que una entidad sobrenatural y
eterna. Ese bello rostro cordial, que refleja la espontaneidad de una mujer
excepcional. Hay que observarla con meditación, poniendo nuestra confianza en
ella; simplemente, por el poder de sus ojos, ¿o existe algún extraño influjo,
que no es visible a simple vista, y que atraviesa los siglos, para conmovernos
ahora y en el mañana, constantemente? ¿Qué es en realidad esto? ¿Arte o magia?
¿El alarde de la técnica, o es un “milagro”, que escapa al conocimiento de los
especialistas?
El 12 de octubre de 1839, en la iglesia de Santa Cruz de
Madrid, tuvo lugar el enlace nupcial, entre la joven Amalia, que contaba 18
años, con el distinguido Gonzalo José de Vilches y Parga (1810-1879), de 29
años de edad, en aquel entonces; según el certificado de matrimonio, que
redactó el sacerdote oficiante de la boda: D. Pedro Sáinz de Baranda. La reina
Isabel II elevaría a Gonzalo, a la categoría de “Conde de Vilches”, el 8 de
diciembre de 1848. Este personaje diplomático, ejerció de diputado del Partido
Moderado y de la Unión Liberal, en las Cortes españolas, entre 1840-1866. Y
como senador: entre 1876-1879. Fruto del matrimonio Vilches nacieron dos hijos:
Gonzalo y María del Pilar. En cuanto a la condesa, llegó a ser escritora;
siendo la autora de dos novelas: Ledia
(1868) y Berta (1874). Es una
lástima, que sus obras no aparezcan en ediciones modernas.
Autorretrato de Federico de Madrazo. 1840.
Museo Goya, Castres (Francia).
Federico de Madrazo y Küntz (1815-1894). Él era sin duda, todo un genio
artístico; el cual superó a sus maestros, en el Arte de la Pintura;
desarrollando su propio estilo, después de absorber todas las influencias
posibles, en la Europa de la época, que le tocó vivir, para llegar más lejos
que sus predecesores; logrando así el éxito. Un pintor magnífico que cosechó:
una buena cartera de clientes; aristócratas, políticos, personajes de la
cultura, parientes y amigos.
Convencionalmente, se ha enfatizado la supesta influencia ingresiana, en
Federico de Madrazo. Desde mi punto de vista, no la percibo así. Respeto las
opiniones de otros expertos, pero no las comparto. Las mujeres que pintó
Dominique Ingres (1780-1867), parecen dotadas de una cierta frialdad, como
estatuas de mármol. En cambio, las féminas retratadas por Madrazo, están llenas
de vida; independientemente, de que su expresión facial, pueda “cautivarnos” o
no; lo cual será producto de nuestra subjetividad.
Sabemos que Ingres era amigo del padre de Federico, y que nuestro pintor
español, estuvo en París, en dos ocasiones: una primera estancia entre
1832-1833, y una segunda, entre 1837-1839. También residió en Roma dos años.
Asimismo, visitó otras ciudades. Y cuando se alojó en la capital francesa,
Federico no permaneció recluido continuamente, en el taller de Ingres, sino que
conoció a otros artistas y descubrió la ciudad parisina.
Ingres presenta en los retratos: al individuo dentro de su clase social; a
la cual pertenece; con moderación. Con frecuencia, las miradas de sus
personajes se pierden, sutilmente. Las poses suelen ser discutibles. No
favorecen mucho, a sus modelos femeninas. Al contrario, las “reprime” en un
cliché. Seguidamente, analizaré brevemente, dos cuadros de Ingres, que se han
comparado, tópicamente, con el lienzo de la condesa española. Desconociéndose,
si Federico llegó a ver estas pinturas, del artista francés. No obstante, que
mis lectoras y lectores examinen estas obras:
1- La baronesa de Rothschild (1848). Colección particular. La mujer está casi
hundida en el sofá. Tiene una amplia sonrisa, pero tensa. Sus pupilas son
esquivas; observan algo inconcreto, hacia un punto lateral; no se concentran en
el espectador. El pintor se interesa más por el vestido.
2- La princesa de Broglie (1853). Museo de Arte Metropolitano de Nueva
York. Ella se muestra retraída e inclinada, levemente, detrás de un sillón. El
artista francés vuelve a prestar, más atención al ostentoso traje, que a otros
detalles, sin destacar el semblante. La boca es una solución de cajón; usada en
otras pinturas.
A Federico de madrazo no le inquieta la clase social, prefiere: la
felicidad de su clientela. Siendo capaz de capturar en sus lienzos: el carácter
de las mujeres y de los hombres, que pasaron por delante de su caballete. En mi
opinión, poco podía aprender de Ingres. El respeto por la línea del dibujo, era
algo común en todos los académicos, lo mismo que la palidez cromática. La
técnica académica la aprendió de su padre, principalmente; el pintor neoclásico
José de Madrazo y Agudo (1781-1859). Sin embargo, Federico hace un uso
especial, en el color; mucho más intenso, que lo engloba en la emoción
romántica.
Referencias bibliográficas:
GARCÍA JÁÑEZ, Francisca: “De lo pictórico a lo
literario en el romanticismo español: puntos de conexión”, en VVAA: Actas XIV Congreso AIH (T. III), Nueva
York, 2001, Centro Virtual Cervantes.
GÓNZALEZ LÓPEZ, Carlos: Federico de Madrazo y Küntz, Subirana, Barcelona, 1981.
HUELVES MUÑOZ, María José: “Los condes de Vilches
(siglos XIX y XX)”, en VVAA: La Casa del
Rey – Cuatro siglos de historia,
Ayuntamiento de Arganda del Rey, Madrid, 1997.
NAVAS RUIZ, Ricardo: El Romanticismo español, Cátedra, Madrid, 1990.
OCIO ZAPATA, María Paz: Museo del Prado – Los grandes maestros, Edimat, Madrid, 2004.
POMARÈDE, Vincent / NAVARRO, Carlos Guillermo
(ed.): Ingres (Catálogo), Museo
Nacional del Prado, Madrid, 2015.
PUENTE, Joaquín de la: Museo del Prado – Casón del Buen Retiro – Catálogo de las pinturas del
siglo XIX, Ministerio de Cultura, Madrid, 1985.
REYERO, Carlos / FREIXA, Mireia: Pintura y escultura en España, 1800-1900,
Manuales Arte Cátedra, Madrid, 1995.
VVAA: El
retrato en el Museo del Prado, Anaya, Madrid, Madrid, 1994.
Biblioteca visitada, en la cual se
conservan algunos de estos libros:
-Biblioteca de la Universidad de La Laguna - Campus de
Guajara.
Agradezco al personal, de este centro de documentación, por el buen trato
recibido y por su profesionalidad.
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